Había una vez un barrendero que se llamaba Sangalote, de esos que barren las calles con unas escobas muy largas; pero Sangalote tenía un defecto muy feo: creía siempre tener l razón y por lo tanto era muy terco.
Un día barriendo, barriendo, se encontro un tlaco y se puso a pensar en alta voz, diciendo:
- ¿Que compraré? Si compro pan, se me desmorona; si compro queso, me lo comen las ratas; si compro azúcar, se me acaba; compraré garbanzos. Y compro garbanzos.
Al día siguiente se fue a trabajar. Llego a una casa, tocó y cuando le abrieron, dijo:
- Buena señora. ¿Quiere que le barra su calle?
- ¡Como no señor, bárrala usted!
- Bueno, estabien -dijo Sangalote-, pero ¿y donde dejo mis garbanzos?
- Alli déjelos en el corral -le cotesto la señora- y Sangalote se fue a barrer y barre que barre, se le acabó el día.
Cual no sería su sorpresa cuando al ir por sus garbanzos, se halló la bolsa vacía, porque un gallo de los había comido.
Entonces Sangalote llamó a la señora y le dijo:
- !O mis garbanzos, o mi gallo; o mi gallo o mis garbanzos!
Y la señora por tanto no alegar le dio el gallo. Y allí va Sangalote muy contento con su gallo. Todos los días se despertaba con su alegre ki ki ri ki y hasta a su trabajo lo llevaba.
Un día llegó a casa de otra señora y le dijo:
- ¿Quiere que le barra su calle?
- Sí señor, bárrala usted -contesto la señora.
- Bueno, esta bien -dijo Sangalote-, pero ¿donde dejo a mi gallo?
- Déjelo en la caballeriza -le dijo la señora.
Sangalote se puso a barrer y barriendo se le acabó el día.
Entonces se presentó por su gallo, pero no encontró mas que las plumas, pues el gallo quiso comerse la cebada del caballo, el caballo se enojó y lo mató de una patada.
Sangalote llamó a la señora y le dijo:
- O mi gallo o mi caballo; o mi caballo o mi gallo.
Y la señora por tanto no alegar, le dio el caballo.
Sangalote se fue muy contento, pero como era pobre, tuvo que seguir barriendo, y así fue como un día con otro llegó a casa de otra señora y le pregunto si queria que le barriera su calle.
- Sí señor, bárrala usted -le dijo la señora.
- Bueno, esta bien -dijo Sangalote-, pero ¿y dónde dejo al caballo?
- Allí dejelo en el establo -le contestó la señora.
Y así lo hizo Sangalote y se fue a barrer. Y barre que barre se le acabó el día.
Cuando fue por su caballo se lo encontro con las tripas de fuera porque el caballo quiso comerse la pastura de toro; el toro se enojó y le encajó los cuernos. Sangalote, muy decidido, llamó a la señra y le dijo:
- O mi caballo o mi toro; o mi toro o mi caballo.
Y la señora, por tanto no alegar, le dio el toro.
Pero a pesar de ser dueño de un toro, Sangalote tuvo que seguir barriendo y un dia con otro llegó a casa de una señora que tenía una niña muy desobediente.
- Buena señora -le dijo Sangalote-. ¿Quiere que le barra su calle?
- Sí señor, bárrala usted -le contesto la señora.
- Bueno, está bien -dijo Sangalote-, pero ¿y dónde dejo al toro?
- Déjelo en el jardín -le dijo la señora-, pero amárrelo bien de un árbol, pues como el jardín no esta bardeado, si lo deja suelto se podría escapar.
Así lo hizo Sangalote y despues de fue a barrer.
El toro comenzó a mugir y la niña le dijo a su madre:
- Mamacita, el toro ha de tener sed, pues se esta quejando mucho.
- No le hagas caso -le dijo la madre-, ya sabra el barrendero que hacer con él cuando lo oiga mugir. Cuidado y se te vaya a ocurrir llevarlo a beber a la fuente; piensa que iene muchas fuerzas y que se podría escapar.
La niña sin contestarle se fue al jardín pensando: ¡Que se me ha de escapar! Son ideas de mamá.
Y así pensando llegó al árbol, desató al toro y lo llevó a la fuente.
Pero sucedió que en cuanto el toro se sintió libre, echó a correr, saltó las trancas y se perdió detras de la loma.
La niña, muy asustada, se metió a la casa y sin decirle nada a su mamá, se escondió debajo de su cama.
Barre que barre se le acabó a Sangalote el día y cuando fue a recoger su toro y no lo encontró, llamó a la señora y le dijo:
- O mi toro o mi niña; o mi niña o mi toro.
Y como la señora no tenía con qué pagarle el toro, sacó a la niña desobediente de debajo de la cama y con todo el dolor de su corazón, se la entregó a Sangalote, que muy contento, la echó al costal de la basura y cargó con ella.
- Ahora sí -se decía-, ya tengo quién me haga la comida, quién me remiende los calcetines, quién me ayude a barrer; Y diciendo, se encontró a un indito que vendía guitarras.
- ¿Que haría yo para comprarme una jarana? ¡Lástima que no traigo dinero!
Y diciendo y pensando cómo haría, le dijo al indio que lo esperara mientras entraba a una panadería a ver si le daban trabajo y así podía comprarle la jarana.
Los panaderos aceptaron que les barriera Sangalote la calle; entonces éste les preguntó dónde podía dejar su costal mientras barría. Los panaderos le contestaron que en l bodega.
La niña comenzó a gritar; los panaderos al abrir el costal se encontraron a la niña quien les contó lo que había pasado, prometió no volver a ser desobediente y corrió para su casa.
Los panaderos llenaron el costal de animales ponzoñosos.
Cuando Sangalote acabó de barrer recogió su costal y se lo echó al hombro. De repende sintió que le mordian la espalda, y gritó:
¡Arre niña, no muerdas!
Cansado, se sentó debajo de un árbol, puso junto a su costal, cogió su guitarra y se puso a tocar, y al tiempo que tocaba cantó:
De mi tlaco, mis garbanzos,
de mis garbanzos, mi gallo,
de mi gallo, mi caballo,
de mi caballo, mi toro,
y de mi toro, mi muchachita,
mi pan y queso y mi jaranita.
¡Sal niña hermosa!
Y abrió el costal y salieron todos los animales y se lo comieron.
Y el cuento de Sangalote, como se los cuento yo,
Por una oreja me entró y por otra me salió.
MORELIA, MICHOACÁN.
Macaquita (María).